lunes, 8 de febrero de 2010

"A KIRCHNER, LOS 2 MILLONES DE DOLARES LE RESTAN SUSTENTO ETICO"

Aunque elogia la designación de Marcó del Pont en el Banco Central, el líder de la CTA acusa al Gobierno de tenerle miedo a la autonomía sindical y de usarlo a Moyano para justificar medidas "conservadoras"; además, vaticina un año de "tensión social".

Por Ricardo Carpena

Hay sindicalistas y sindicalistas. No son todos iguales, aunque gran parte de la opinión pública, con o sin razón, asimila la imagen del gremialista promedio con la de un dirigente que alguna vez trabajó efectivamente en la actividad de sus representados (o que, con suerte, trabajó), que sabe cantar de memoria la marcha peronista y que, en general, se enriqueció en forma directamente proporcional al empobrecimiento de los trabajadores. Y que, en el 99% de los casos, está abulonado en su sillón desde hace muchísimos años sin que las elecciones sindicales, las listas opositoras y los vaivenes políticos y socioeconómicos del país le hagan cosquillas a ese inconmensurable poder que conserva.
Como toda generalización, no muestra otras dimensiones ni facetas. Y puede ser injusta. Pero hay algo cierto: no es lo mismo Hugo Moyano que Hugo Yasky. No es igual la CGT que la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). No es lo mismo un dirigente camionero que expande su poder político y económico a expensas de un alineamiento incondicional hacia el kirchnerismo, que un dirigente docente que lidera una central pluralista y autónoma respecto de los gobiernos y a la que, quizá precisamente por eso, se le retacea el reconocimiento oficial.
Pero no son todas rosas en el campo de la CTA. Así como la CGT tiene sus matices polémicos, esta central obrera tiene lo suyo. De por sí, un dirigente que militó en sus filas, con su Federación Tierra, Vivienda y Hábitat, es el sinónimo contemporáneo de controversia, Luis D´Elía. Y la actual secretaria de Asistencia Social es la jujeña Milagro Sala, la líder de la agrupación Tupac Amaru, que saltó a la fama luego de que sus militantes agredieran al radical Gerardo Morales y quedara al descubierto que maneja una suerte de Estado paralelo gracias a millonarios subsidios oficiales.
Yasky tiene 60 años, cuatro hijos, vive en el barrio de Parque Patricios y es maestro desde 1970. Participó como congresal en la constitución de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República (Ctera), en 1973, y más de treinta años después se convirtió en secretario general de ese gremio. Encabeza la CTA desde noviembre de 2006, cuando sucedió al histórico dirigente de esa entidad, el estatal Víctor De Gennaro.
La CTA nació en 1992 como un intento de diferenciarse de una CGT subordinada al menemismo y con una estructura poco convencional para la tradición del modelo sindical argentino: su lema es la autonomía y su forma de captar adherentes, a través de la afiliación y la elección directas.
Desde el punto de vista sindical, su poder se limita a dos grandes organizaciones, como Ctera y la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), aunque ha crecido más a nivel político y social.
La llegada de Kirchner al poder le complicó la vida a esta central: conviven en su conducción críticos como De Gennaro con hiperoficialistas como Edgardo Depetri. Y la relación carnal del kirchnerismo con Moyano la condenó al ostracismo: nunca le dieron la personería gremial.
Yasky, que se define como "de extracción peronista", pero alejado del Partido Justicialista (PJ), ha tratado, y sigue tratando, de buscar un equilibrio. Aunque su apoyo al Gobierno en el conflicto con el campo le valió muchas críticas internas: la Federación Agraria de Eduardo Buzzi era una privilegiada compañera de ruta de la CTA.
En la entrevista con Enfoques, Yasky elogió muchas medidas del kirchnerismo (incluso la designación de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central), pero reclamó, como muchos referentes de la centroizquierda, que "hay que pensar en construir sin renunciar a lo que se avanzó" y dejar de lado las políticas "espasmódicas".
Pero también se transformó en un duro cuestionador. Para el líder de la CTA, "el Gobierno le teme a la autonomía sindical" y "no tiene una vocación profunda de transformación". Y al hablar sobre los dos millones de dólares de Néstor Kirchner fue más allá: "Es un acto que le resta sustento ético al ex presidente y a su discurso de la distribución de la riqueza, de la transformación".
-¿Cree que será un año duro en materia de negociaciones salariales?
-Va a haber disputas que van a estar muy enmarcadas en el intento de seguir recuperando posiciones por parte de los trabajadores. Nosotros tuvimos la primera negociación salarial de un sector de la minería en San Juan. Ahí se obtuvo un 23 por ciento. Esa sería una cifra en la que estaría rondando el reclamo.
-Algunos hablaban del 15 por ciento.
-Esa es la aspiración o el techo que todos los años intenta ponerle a la discusión salarial el Gobierno. Esa cifra no se corresponde con la inflación real. Nosotros calculamos recuperar dos o tres puntos sobre la línea inflacionaria. Vamos a tener que enfrentar una posición de más dureza que en otros años desde el sector empresario.
-¿Confía en el Indec?
-No, los datos son desechables. No hay posibilidad de sostener ninguna discusión salarial seria con esos números. La intervención nefasta del Gobierno sobre el Instituto significó no tener hoy un centro que elabore estadísticas que sea creíble. Por eso los empresarios están financiando sus propios instrumentos de medición y nosotros estamos haciendo lo mismo. Esto tiene un costado riesgoso: no hay un parámetro objetivo.
-¿Por qué el gobierno de los Kirchner no quiere a la CTA?
-El Gobierno le teme a la autonomía de los movimientos sociales y, sobre todo, del movimiento sindical. En la Argentina, el sector sindical tiene una tradición de lucha y, para bien o para mal, de fuerte injerencia en la discusión del proyecto de nación. Quienes vienen del peronismo tienen una especie de adicción a un esquema en el que el movimiento sindical siempre apareció en una articulación subordinada al Estado y al aparato del Partido Justicialista. Le temen a la autonomía, y la CTA ha hecho de la autonomía el principio sobre el cual sustenta su acción. Y el Gobierno no acepta la idea de un sindicalismo que no se pueda manejar a control remoto.
-¿A Moyano lo controlan así?
-Moyano es vicepresidente del partido de gobierno y, por lo tanto, establece un modelo de sindicalismo que se subordina a la decisiones del aparato político y del Estado. Esto tiene que ver con una tradición de un país que ya no existe. Si en la época del Estado benefactor -cuando era posible una alianza de clases que, de alguna manera, benefició a los trabajadores- tenía una razón de ser ese modelo sindical, hoy no tiene ninguna razón de ser. Lo sufrimos de manera cruenta en la época de Menem: la subordinación de la CGT al gobierno menemista fue letal para el movimiento obrero y para el país. Si hubiese existido una resistencia del movimiento obrero no hubiese sido lo mismo. No podemos pensar en resolver los problemas de la clase trabajadora a través de una práctica que signifique subordinar el interés de los que representamos a los sectores empresarios o a los que gobiernan.
-Los Kirchner, que habían conquistado a cierto progresismo argentino con algunas medidas, nunca avanzaron de la misma forma en el campo sindical. ¿Por qué?
-Así como en el terreno de los derechos humanos o cuando se recupera el sistema de jubilación estatal han tenido audacia y un espíritu transgresor, en relación con este tema han tenido una política mezquina, timorata, conservadora. El discurso de la distribución de la riqueza, de la transformación política, es contradictorio con la práctica que han desarrollado en el campo sindical, a menos que se piense que puede haber distribución de la riqueza sin participación de un fuerte movimiento sindical. Es imposible. La riqueza no se distribuye por decreto ni con medidas paternalistas del Estado. la realidad demostró que no existe esa idea de que el Estado provee y los trabajadores, en actitud pasiva, son beneficiarios de una suerte de derrame. Y, en ese sentido, los Kirchner han sido muy conservadores, muy inconsecuentes con un discurso que se demuestra que termina por ser más una cuestión verborrágica que de fondo, de contenido.
-Usted ha elogiado la designación de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central. ¿Por qué está tan entusiasmado?
-Porque hay que poner fin a una tradición que consistió en colocar al frente del Banco Central a representantes identificados con las políticas que recomiendan los organismos financieros internacionales. Como el FMI, que justamente en estas horas reafirmó que la deuda externa en la Argentina se debe pagar recurriendo a los fondos presupuestarios y garantizando la intangibilidad de las reservas, cosa que los países del Norte no han hecho durante la eclosión de la crisis financiera. Marcó del Pont es una economista que estuvo cerca de la CTA en el año 2000 y no tiene una visión esquemática ni fundamentalista.
-¿Y la autonomía del Banco Central? ¿No teme un Banco Central kirchnerista?
-No, tiene que haber un Banco Central al servicio de las políticas que el Estado nacional defina a través del gobierno que el pueblo elige democráticamente. No creemos en la autonomía del Banco Central ni en que la economía sea una ciencia exacta. Esa figura de la intangibilidad de los recursos es absolutamente falsa.
-¿Qué sintió al enterarse de que Néstor Kirchner compró 2 millones de dólares?
-Mas allá de que se pueda demostrar que es legal, que está dentro de las posibilidades de la actividad empresarial, es un acto que le resta sustento ético al ex presidente y a su discurso de la distribución de la riqueza, de la transformación. Es una tremenda incoherencia. Los argentinos nos debemos la posibilidad de tener un presidente de la Nación que viva como cualquier persona común. La única vez que estuvimos con la presidenta de la Nación nos dijo: "Vamos a hablar claro, ninguno de nosotros vive como nuestros representados". Fue un momento muy tenso porque le dijimos: "Perdone, pero todos los que estamos acá, del primero al último, vivimos exactamente como los que representamos". Creo en esa ética como parte esencial de la construcción de un cambio político. Un cambio político no se logra simplemente con documentos, con liturgia, con discursos: hay que empezar a construir desde la forma en que uno vive. Lo de Kirchner demuestra por qué muchas veces existe inconsistencia entre lo que dice y lo que se hace.
-Usted hace equilibrio en la CTA entre los críticos y los oficialistas. ¿Lo vive como un gran esfuerzo? ¿Qué siente?
-Era más fácil ser dirigente sindical en la época de Menem. Ahí no había trazo fino. O uno estaba subordinado y se convertía en partícipe de las migajas que se caían de la mesa del festín o peleaba en la calle todo el tiempo. Y nosotros peleábamos en la calle todo el tiempo. A los sectores populares en la Argentina nos une más el espanto que la convicción. Cuando estamos en un momento en que hay posibilidad de avance, generalmente sobrevienen discusiones y divisiones. No vivo tanto el tema del equilibrio interno: el cuestionamiento que me hago es no terminar siendo funcional a los sectores que están queriendo volver atrás el reloj de la historia. Ahí aparecen grupos económicos, intereses muy fuertes, que piensan que en 2011 pueden tener oportunidad de volver para atrás. Evidentemente, hay errores del propio Gobierno y de los Kirchner que facilitan esto.
-¿No le da miedo terminar favoreciendo a un gobierno supuestamente progresista que tiene muchas facetas conservadoras?
-Claro, no hablamos de un gobierno de izquierda ni mucho menos. Es un gobierno que transgredió los límites de la gobernabilidad que planteó el establishment en este país desde Alfonsín hacia adelante. Y cometió el gran pecado de no generar una convocatoria que permitiera demostrar que, además de algunos aciertos en el terreno económico, se puede construir transparencia. Coincido con Martín Sabbatella cuando habla de que "hay un piso de medidas en las que hay que pararse para defenderlas y un techo que hay que horadar". Es muy difícil ser opositor sistemático a este gobierno, como reclaman algunos, porque hay medidas que son correctas aunque sean imperfectamente correctas, aunque generen infinidad de contradicciones, y hay otras que son absolutamente inaceptables y hay que enfrentarlas. Hay un montón. Desde los 2 millones de dólares hasta el tema del Indec y tantas otras.
-¿Los Kirchner cometieron errores o nunca tuvieron voluntad de cambio?
-No hay una vocación de transformación a fondo, profunda. Hay políticas que han significado cambios. Ahora hay que construir una nueva fuerza política y social y, sobre todo, la autoridad moral para convocar a profundizar estos cambios. En ese sentido, lo que representa el gobierno de los Kirchner cumplió una etapa.
-¿Se discute mucho en la CTA?
-Hay mucho debate, pero en general llegamos al consenso. Las diferencias no son ideológicas.
-Ahora entiendo por qué me decía que contra Menem estaban mejor...
-(Risas.) Sí, pero este también es un proceso más rico, en el que hay que esforzarse más por encontrar las resoluciones y hay que resolver más contradicciones internas. En general, la clase trabajadora está en condiciones de recuperar posiciones que hace algunos años no tenía. En ese sentido, sean bienvenidos los debates y las contradicciones porque forman parte de una etapa más rica para los trabajadores.
© LA NACION
MANO A MANO ¿Hay vida (sindical) más allá de Hugo Moyano? Hugo Yasky demuestra que sí. Conozco muchos dirigentes sindicales. En LA NACION, entre 1985 y 1992, estuve especializado en temas gremiales y laborales. Y como la renovación es una mala palabra en el diccionario sindical, los rostros de hoy son casi los mismos. A Yasky no lo conocía, pero me pareció alguien distinto. Sencillo, directo y honesto.
Sus padres eran socialistas y él le debe su filiación peronista a Félix Luna: haber leído el libro El 45, confiesa, le cambió la vida. Quizá por eso se define como "de extracción peronista", pero se nota que no es un "soldado" de Perón. Yasky tiene fama de navegar entre dos aguas dentro de la CTA, haciendo equilibrio entre los kirchneristas y los no kirchneristas. En la charla alternó los mismos elogios y las mismas críticas a los Kirchner que gran parte de la centroizquierda comparte. Y justificó sin fisuras a dirigentes polémicos como Milagro Sala. En medio de las idas y vueltas de su postura ante el kirchnerismo, su admisión de que, aun con sus contradicciones, prefiere este momento político porque hay más debate interno confirmó algo: no duraría ni un segundo en la CGT, donde las diferencias parecen ser un pecado mortal.

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